Lo malo con todo lo bueno es que no dura lo suficiente, o al menos no lo que nosotros quisiéramos. No es que a final volteemos y caminemos sobre nuestros pasos para mirar condesdén todo lo que vivimos, es simplemente que la idea de saber que las cosas están mal, están por terminar o acabaron ya nos enferman la conciencia incluso sin darnos cuenta.
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Pero hay que aceptar que todo ésto no es simplemente nuestra culpa. Es verdad que en algún momento nosotros mismos nos dejamos ir tan fuerte, que la sensación de caída libre nos causaba un irrevocable sentimiento de frenesí que parecía no terminaría, pero también es cierto que no nos permitiríamos sentir eso sin algún tipo de indicio proveniente del exterior.
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Y aunque yo no sé si todo ya se terminó o se está en algún tipo de negociación incómoda, ese sentimiento de inevitable coalición contra el fondo me tiene con un grado de ansiedad que nunca en mi vida había conocido. Ha sido necesario elevar casi al triple mi ingesta de cafeína y nicotina, y ni qué decir de lo del tiempo a solas, casi imposible para mi en estos momentos, lo cual se vuelve un poco detestable a veces ya que he tenido que refugiarme en sitios como en el que estoy en este momento, todo solo para reducir el tiempo de análisis y autocompadecencia que invade a la mayoría de las personas cuando están en un grado considerablemente más elevado de lo normal de, por decirlo de manera menos lastimera, no agrado hacia el mundo y hacia uno mismo.
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Y por desgracia las ganas de desahogo por cualquier medio duran menos que las baterías de un aparato electrónico, pero, ¿qué le vamos a hacer? Tal vez es momento de refugiarme en el antiguo 'yo' y mandar al carajo al mundo, con todo y trabajo y familia incluídos, volver a las andadas y al valemadrismo, who knows.
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